El Cerro Vidigal en Río de Janeiro lleva el nombre en memoria del Mayor Miguel Nunes Vidigal (1745-1843), jefe de la policía colonial a principios del siglo XIX. Considerado cruel en su día, era el terror de los esclavos fugitivos y temido por la población pobre de Río. Vidigal consiguió las tierras en el cerro, en 1820, gracias a los monjes benedictinos, que las habían recibido previamente como un regalo del vizconde Asseca, noble de privilegios y protegido de la corona portuguesa.
Es desde lo alto de su pequeña casa, localizada en el barrio de Vidigal, que Wallace Guimarães, de 28 años, contempla una vista panorámica de la desigualdad social brasileña.
La vista comienza con tejas viejas sobre casas precarias, chapuzas eléctricas y tanques de agua azul. Poco después se dibujan los edificios, hoteles de lujo y al fondo, las playas blancas de Leblon e Ipanema preceden al Pao de Açucar a mitad de camino del centro de Río.
Al observar este escenario, Guimarães intentó mejorar su posición relativa hace dos años invirtiendo en Vidigal la máxima cuantía que pudo reunir: R$ 12.000 para abrir el primer local de lo que esperaba ser una red de barberías.
Ganando hasta R$ 2.000 a la semana como una especie de "manitas" en la producción de películas y anuncios de televisión, comenzó el negocio en 2017. El plan era aumentar los ingresos y volverse independiente.
"Vimos a personas que salían de la clase D a la C y pensaba: 'Algún me tocará a mí. Y ya a esas alturas estaba mejor. Comí y bebí mejor, tenía planes de comprarme un coche", dice.
"De repente, llegó la crisis. El trabajo se detuvo, la barbería no se mantenía y terminé peor que antes, casi sin trabajo y endeudado".
Wallace Guimarães, de 28 años, en su casa en Vidigal, en Río; Vista de las playas de Leblon e Ipanema desde el cerro Vidigal
Guimarães recorrió un largo camino, ya que la mayoría de los brasileños, especialmente los pobres, comenzaron a hundirse antes incluso de la última recesión, que duró desde el segundo trimestre de 2014 hasta finales de 2016.
Pero al final, también sucumbió y finalmente se unió al grupo que más sufrió: los jóvenes, que perdieron alrededor del 15% de sus ingresos durante la crisis.
En la media general nacional, la caída de la renta acumulada desde 2014 es menor, del 2,6%. Pero el país sigue estando negativo incluso después de la recuperación en el último bienio.
"Fue una caída que llevó a la economía a perder aún más fuerza, porque son los pobres quienes consumen gran parte de sus ingresos", dice Marcelo Neri, director de FGV Social, que se dedica a analizar estos datos.
Pero la crisis, agudizada en los estratos más pobres y en regiones como el Norte y el Nordeste, no solo ha provocado la caída de los ingresos y la desaceleración del crecimiento económico. También ha llevado a una mayor desigualdad de ingresos durante cuatro años consecutivos. Ni siquiera se vio en 1989, un año de desigualdad récord.
Vecinos caminan frente a la favela de Rocinha, en Río de Janeiro
De otros datos de FGV Social se desprende la dimensión del empeoramiento de la concentración: en la poscrisis, el ingreso laboral acumulado del 10% más rico aumentó un 2,5% por encima de la inflación, y el del 1% más rico un 10,1%. Ya los ingresos del 50% más pobre cayeron un 17,1%.
Esto elevó el índice de Gini a 0,63, el nivel más alto del histórico desde 2012 (cuanto más cercano a 1, peor es la desigualdad).
Según el Informe de Desigualdad Global del equipo del economista Thomas Piketty de la Escuela de Economía de París, Brasil es el país democrático que concentra la mayor cantidad de ingresos en el 1% superior de la pirámide.
Solo Qatar, un emirato árabe absoluto de 2,6 millones de habitantes y gobernado por la misma dinastía desde mediados del siglo XIX, supera por poco a Brasil.
A partir de los datos que cruzan encuestas de hogares, cuentas nacionales y declaraciones de impuestos, el informe muestra que el 1% más rico del país (aproximadamente 1,4 millones de adultos) acapara el 28,3% del ingreso total y recibe individualmente, de media, R$ 106,3 mil al mes por el conjunto de todos sus ingresos.
En comparación, el 50% más pobre (71,2 millones de adultos) mantiene el 13,9% de todos los ingresos, menos de la mitad de lo que recibe el 1% superior.
Incluso considerando el 10% más rico, Brasil empata con India y solo pierde frente a Sudáfrica en el ranking de los países más desiguales.
Los aproximadamente 14,2 millones de adultos en este décimo más rico acaparan el 55,5% de los ingresos totales.
Después de Brasil y Qatar, donde el 1% posee el 29% de los ingresos, los países con la acumulación más significativa en la parte superior (alrededor del 23%) son Chile, Líbano, Emiratos Árabes Unidos e Irak.
En São Paulo, visitantes pasean por una feria de aviación ejecutiva, sector cuya segunda flota más grande del mundo está en Brasil, justo detrás de Estados Unidos
Según el economista Marc Morgan, quien analiza los datos de Brasil en el Informe de Desigualdad Global, mientras que los ricos y los súper ricos continuaron expandiendo sus ingresos en Brasil entre 2001 y 2015 y el 50% más pobre también acumuló mayores ganancias, "la clase media" evolucionó menos.
Así, Brasil siguió una tendencia similar a la de los otros países de Occidente, donde las clases medias perdieron terreno, entre otras razones, cuando Asia ascendió empleando mano de obra barata en la producción industrial. En Brasil, la participación de la clase media en la renta caió de 33,1% para 30,6%.
En general, los muy ricos en Brasil continuaron acumulando grandes ganancias, especialmente capital. Y las franjas más pobres han aumentado con una mayor actividad en sectores no industriales menos especializados y poco cualificados, como la construcción y el comercio.
En medio, la clase media se ha visto presionada, entre otros factores, por la reducción de la industria manufacturera, cuya participación en el PIB se ha reducido a la mitad en las últimas dos décadas a alrededor del 12%.
Desde 2001, según el informe, mientras que la mitad más pobre de Brasil ha experimentado un aumento del 71,5% en sus ingresos y el 10% más rico del 60%, la clase media (el 40% del medio) ha visto aumentar menos sus ingresos: 44%.
Morgan reconoce que el mismo fenómeno de contracción de la clase media que favoreció a Donald Trump en Estados Unidos, la derecha en Europa y llevó al Reino Unido al brexit, también ayudó a elegir a Jair Bolsonaro en Brasil en 2018, con la ayuda adicional del discurso anticorrupción y anti-PT que empujó al electorado hacia la derecha.
"Brasil ha creado una línea que divide a los que más ganaron y votaron al PT, y aquella clase media que perdió terreno en los niveles más altos de la distribución de ingresos", dice Morgan.
Hélio Honório, de 60 años, de São Paulo, es un ejemplo radical de esta precariedad de la clase media que, como en otros países, perdió terreno cuando los asiáticos comenzaron a producir más barato al otro lado del planeta.
Pobre en su juventud y después de mucha lucha, Honório logró crear una pequeña fábrica de bolsos en São Paulo que dio trabajo a 22 empleados hasta principios de la década de 2000.
"Pero entonces las importaciones comenzaron a llegar y las cosas se desmoronaron. Su precio en las tiendas era mi coste", recuerda. "Lo de China nos quebró a casi todos".
Para adaptarse, él mismo vendió productos importados de Asia en la calle 25 de Marzo, con los que podría ganar alrededor de R$ 2.000 en días muy buenos.
"Me mudé a un apartamento de tres habitaciones y conseguí un financiamiento para dos coches. Viví bien, viajé, comií fuera. Pero después llegó la crisis y todo se perdió".
En 2011, ya se había mudado con su esposa a un estudio en un popular barrio del centro. Objetivo fácil para prestamistas, su compañera de vida se endeudó y terminó perdiendo todo: el poco capital que tenía y el negocio en el mayor centro comercial popular de la ciudad.
Hoy, trabaja como vendedor ambulante en una esquina de Vila Olimpia, donde suele obtener menos de R$ 2.000 limpios al mes. Separado de su esposa, alquila una habitación en la favela de Funchal, un conjunto precario de casas de madera apretadas entre los lujosos edificios de la región.
Como vendedor ambulante, Honório es parte del grupo activo que más rápido creció durante la crisis: los denominados "por su cuenta" ya suman 24,1 millones de los 93,3 millones empleados.
Ellos son los que colaboran para que el índice actual de desempleo del 12% no sea todavía mayor en un país con 12,8 millones de parados.
A pesar de su decadencia, Honório incluso logró mantener un ingreso exclusivo cercano a la media de los brasileños, algo que no fue posible para los millones que se hundieron durante la crisis.
Según los datos de FGV Social, el número de personas que han cruzado la línea de la pobreza extrema desde 2014, es decir, viviendo con menos de R$ 232 por mes, creció un 33%.
Una mujer juega al tenis en una urbanización con piscina junto a la favela Paraisópolis, en São Paulo; abajo, un hombre sintecho pide dinero limpiando las lunas de los automóviles en el semáforo frente a un centro comercial de lujo en Vila Olímpia, São Paulo
En total, hay 6,3 millones de personas, lo que eleva el total de miserables del país a 23 millones, el equivalente de la población de Australia y el 11% de la población brasileña.
Hélio Honório en São Paulo y Wallace Guimarães en Río son ejemplos de personas que, según Fernando Burgos, profesor de la escuela de negocios de FGV-SP, pasaron por la "puerta giratoria" de la desigualdad brasileña.
"Es como si hubieran entrado por esta puerta, visitado el vestíbulo del hotel y sentido el aire acondicionado. No obstante, la puerta siguió girando y volvieron a salir".
En su opinión, a pesar del aumento de los ingresos de los pobres en la década de 2000 y la reducción de la pobreza en las últimas décadas, las políticas sociales y las condiciones macroeconómicas del país no llegaron a lo que llama "otras dimensiones de la pobreza", de carácter estructural.
En este sentido, Brasil seguirá siendo un país con barreras históricas y difíciles de superar para limitar las condiciones económicas de los más pobres, y con una movilidad social muy baja.
"Si yo dijera: 'Dibujemos un país que tendrá una desigualdad extrema muy grande, y que no se pueda cambiar esto fácilmente', no podría pensar en nada mejor que Brasil", dice Naercio Menezes, coordinador del Centro de políticas públicas de Insper.
Además de ser alta, la desigualdad en Brasil sería persistente y estaría inmersa en un "círculo vicioso" que comienza en el nacimiento.
"Los que nacen pobres viven en un entorno desfavorable sin saneamiento, con muchos niños en situación de pobreza y padres que no tienen educación como para saber lo que es importante", dice Menezes.
"Luego termina en una escuela pública ineficiente con graves problemas de gestión y violencia. Y cuando llegas a la escuela secundaria, vas directamente al mercado laboral, lo que no siempre significa un trabajo formal", dice.
Este fue el caso de Wilton da Cruz, de 24 años, entrevistado por Folha durante un acto de apoyo al presidente Jair Bolsonaro convocado en la avenida Paulista, en São Paulo.
Desde que terminó la escuela secundaria en 2012, no ha tenido la oportunidad hasta ahora, "por razones financieras", de entrar en la universidad.
Pero desde los 16 años, ha trabajado como vendedor, entregador de folletos a cambio de R$ 20 al día y más recientemente en el área del telemarketing. Actualmente, está en el paro desde hace un año, incluso después de haber terminado un curso técnico en plásticos.
Al no haber acudido a la universidad, Cruz tendrá ingresos limitados en el futuro, porque un título universitario generalmente ofrece el doble de ingresos en comparación con aquellos que solo tienen una escuela secundaria técnica.
La buena noticia es que entre 2000 y 2018, el total de brasileños con educación superior pasó del 7% a casi el 20%, muchos de ellos negros que entraron en la universidad mediante el sistema de cupos. En una eventual recuperación económica, tienden a mejorar y ganar más.
Pero a diferencia de los países europeos o EEUU, donde la desigualdad crece con el cambio de las estructuras de producción, Brasil también tiene, según los expertos, muchos privilegios para minorías pagados con dinero público y altos índices de corrupción. Además de los problemas de "inicio".
Barrio de lujo linda con la favela de Paraisópolis; Ventana de una caseta de vigilancia instalada junto al muro de una mansión en la región de Morumbi en São Paulo
Esto incluiría la herencia de esclavos, que aún mantiene a los negros en los estratos socioeconómicos más bajos, abusos regionales, un patrimonialismo que insiste en apoderarse de los recursos del Estado, políticas sociales dirigidas a los menos necesitados y una estructura tributaria regresiva que cobra proporcionalmente muchos más impuestos a quienes ganan menos.
Aún en la economía, hay poca apertura comercial y competencia entre las empresas, muchas de ellas involucradas en esquemas de corrupción, solo los delitos en el marco de la Operación Lava Jato sumaron R$ 6,4 mil millones en sobornos.
Para la historiadora Lilia Schwarcz, autora de "Brasil: una biografía" (con Heloisa Starling), además de haber sido el destino de casi la mitad de los 12 millones de negros que salieron de África en los tiempos de la esclavitud entre los siglos XVI y XIX y de haber sido el último país en abolir la esclavitud en las Américas en 1888, Brasil no ha tenido políticas de integración para los libertos.
Este hecho ha contribuido hasta el día de hoy al mantenimiento de la desigualdad. Representando a más de la mitad de la población del país, solo el 40,3% de los negros y mestizos mayores de 25 completaron, por ejemplo, la educación básica obligatoria.
"También éramos una colonia de explotación, con una lógica económica dada por la realidad y la demanda externa. Por lo tanto, constituimos un país de grandes propiedades y abusos presentes incluso hoy en día", dice Schwarcz.
Un ejemplo del peso de este pasado es Luiza de Marillac Ferreira, de 52 años, nieta de una mujer negra, hija de esclavos, y un portugués que vive en el mismo lugar donde la pareja de abuelos se estableció durante décadas en la comunidad de Poço da Draga, en Fortaleza, Ceará.
Luiza de Marillac, de 52 años, vive en el mismo lugar donde sus abuelos se establecieron en la barriada de Poço da Draga, en Fortaleza, Ceará; Abajo, fotos de las graduaciones de los niños en su casa
Antigua zona de pesca y atraque, el área es una isla de pobreza sin instalaciones públicas y saneamiento, pero rodeada de negocios y bares cerca de la famosa playa de Iracema, en Fortaleza.
Aquí, Marillac es una de los que atravesó la "puerta giratoria" de la desigualdad.
En 2002, hizo un curso de enfermería y consiguió dos trabajos. Junto al esposo albañil, ganaban R$ 3.000 al mes.
En ese momento, compró varios electrodomésticos e invirtió en la educación de cuatro niños, tres de los cuales se beneficiaron de programas federales.
En 2008, Marillac perdió uno de los trabajos. En 2014, el otro. En 2015, fue el turno de su esposo de quedarse sin trabajo.
"Comencé a vender bocadillos en la industria de la construcción, pero no pude. Necesitaba la ayuda de mi madre, que ganaba una pensión de jubilación", dice.
Hoy, dos de sus hijas han logrado salir del país y la familia vive con R$ 1.072 que gana Marillac como articuladora comunitaria del Ayuntamiento de Fortaleza.
Debido a su herencia histórica, todavía son los estados pobres del noreste los que concentran las mayores desigualdades, el mayor porcentaje de negros, algunos de los mayores latifundistas y los peores empleos del país
Ya el patrimonialismo centralizador tendría varios aspectos: entre otros, altos salarios y pensiones de los funcionarios públicos; R$ 376 mil millones en exenciones y subsidios fiscales a algunos sectores solo este año; fondos de pensiones estatales que financian proyectos controvertidos; e incluso recursos para universidades públicas a expensas de la educación primaria.
De media en Brasil, los salarios en el sector público son más altos que los pagados en los puestos equivalentes en la empresa privada. En Brasilia, en Distrito Federal, donde se concentra la mayor cantidad de funcionarios, la media general gana casi un 90% más que en el resto del país.
Para el economista Claudio Hamilton dos Santos, la diferencia revela la "desconexión" entre Brasilia y el resto de Brasil.
Según dos Santos, la proximidad de los empleados federales a la administración pública en Brasilia aumenta el poder de negociación de este grupo para obtener aumentos, beneficios y jubilaciones casi siempre por encima de los R$ 5.839,45 del sector privado.
Se pagan principalmente a través de la transferencia anual de R$ 14 mil millones de la Unión al gobierno de Distrito Federal. El equivalente a casi la mitad del presupuesto anual del programa asistencial Bolsa Familia y más que el ingreso neto individual de 14 estados, el 90% de este dinero se gasta solo en personal.
Por lo tanto, el barrio Sol Nascente en Ceilândia, a menos de 30 km de la Plaza de los Tres Poderes, podría considerarse un ícono de la desigualdad brasileña, con sus 120.000 habitantes muy cerca de la zona de mayor remuneración media del país, el Gobierno del Distrito Federal.
Recicladores en la comunidad de Sol Nascente en el Distrito Federal y edificio público en Brasilia, donde los funcionarios públicos tienen ingresos más altos que la media nacional
Casi no hay infraestructuras públicas allí, la mayoría de las casas no cuentan con alcantarillado ni agua corriente y muchas de las calles son de tierra, con basura esparcida por todas partes debido a la precariedad del sistema de recogida de residuos.
Sin otra opción de vivienda, Marcílio Sales, de 49 años, se estableció en Sol Naciente cuando llegó a Brasilia en 1997, huyendo de la actividad rural de Piauí.
Trabajando con artesanía al principio, terminó siendo empleado en una empresa de mantenimiento y limpieza subcontratada por la Universidad de Brasilia, donde pudo aprender a leer y escribir gracias a un programa de alfabetización.
Con un salario de R$ 900 y otros ingresos extra, compró un terreno en la comunidad donde construyó su casa. Primero de madera; luego de ladrillo.
Pero en 2017, Sales fue despedido tras 20 años de trabajo en la universidad. "Desde entonces, nada más ha aparecido".
Sin sueldo, suspendió parte de las actividades de un proyecto que había emprendido para dar clases de refuerzo a los niños de la vecindad y enseñar a las madres a coser, lo que hizo empeorar la situación en la comunidad.
"Sin mis ingresos, todo acabó: yo, el proyecto, todo. Estamos pasando por un maldito estrangulamiento", dice Sales, que actualmente no recibe ningún beneficio social del Estado.
Marcílio Sales, de 49 años, que se instaló en Sol Naciente en 1997 al abandonar la actividad rural en Piauí
Para el economista jefe del Instituto Ayrton Senna, Ricardo Paes de Barros, no es poco lo que gasta Brasil en sus diversas políticas sociales. El problema, argumenta, es cómo se gasta el dinero.
"Brasil ha construido una red gigante de seguridad social. Pero gastamos demasiado dinero en transferencias en diferentes programas y menos en igualdad de oportunidades para que todos comiencen desde el mismo punto", dice.
"Lo más inteligente sería reunir todo en una única red de seguridad social en lugar de tener un montón de programas".
Según datos del BID (Banco Interamericano de Desarrollo), Brasil actualmente gasta alrededor del 25% de su PIB en el área social. En América Latina, el país solo está por detrás de Argentina en este aspecto.
Sin embargo, el gasto brasileño es de peor calidad, principalmente debido a los gastos de seguridad social que benefician a las personas mayores. Según la agencia, Brasil gasta siete veces más en sus ancianos que en sus jóvenes.
El BID considera que no menos del 75% de las transferencias públicas en Brasil pueden clasificarse como "pro-ricas", lejos del objetivo ideal de igualar las oportunidades de "salida" de niños y jóvenes.
Para el organismo internacional, el programa Bolsa Familia es hoy el mejor y más efectivo programa para combatir la pobreza y la llevar a cabo la distribución de renta del país.
De los 70 millones de hogares brasileños, el programa atiende a 9,5 millones, que cuenta con un presupuesto anual de R$ 31 mil millones, el equivalente a menos de una décima parte de los incentivos fiscales otorgados a diversos sectores.
En total, 14 millones de mujeres (la mitad en el noreste) reciben, de media, R$ 186 al mes para mantener a sus hijos en la escuela y llevarlos al médico regularmente, dos de los factores considerados esenciales para combatir la desigualdad "en la línea de salida".
Para el economista y expresidente del Banco Central, Armínio Fraga, Bolsa Familia es un programa "fantástico".
No obstante, dice, además de ser insuficiente para sacar a la gente de un nivel de ingresos muy bajo, el Bolsa Familia acaba concentrándose en manos de líderes de Brasilia que pueden hacer uso político de los beneficios en los ciclos electorales.
Sin embargo, para la mayoría de los expertos, la clave para combatir la desigualdad es que Brasil vuelva a crecer, incluso para poder continuar financiando o expandir programas de distribución de ingresos como Bolsa Familia.
Como en la década de 2000, el crecimiento también volvería a hacer viable el crecimiento social a través del trabajo.
Entre 2004 y 2014, según datos de FGV Social e IBGE, casi el 80% del aumento de los ingresos de los brasileños fue producto de más y mejores empleos.
Al final de este largo ciclo, desde el bienio 2015-2016, cuando aumentó el paro, 4,1 millones de familias bajaron a las clases D y E, recibiendo un máximo de ingresos de R$ 2.370, según la consultora Tendencias.
Esto anuló rápidamente casi toda la mejora social adquirida entre 2005 y 2012, cuando el aumento de los ingresos sacó a 3,3 millones de personas de la base de la pirámide.
Con el retorno del crecimiento económico, aunque moderado, casi 4 millones de hogares podrían subir nuevamente a las clases C, B y A de cara a 2022. Y volver a representar a casi la mitad de la población.
Pertenencias de personas sin hogar en el centro de Sao Paulo bajo un puente en el que han pintado un grafiti de Donald Trump jugando con una marioneta de Jair Bolsonaro